Seguramente no conozcas el mito más bonito del mundo. Y me atrevo a decir que es el más bonito, porque parte del origen del sentimiento más puro y existencial que una forma de vida puede experimentar. Cuatro letras.
Nuestra historia empieza muchos eones atrás, sobre la cuna de lo que sería la humanidad: Grecia. Los antiguos dioses aún reinaban sobre el destino del cosmos. El padre de todos ellos, Zeus, contemplaba cada mañana como Helios, dios del Sol, abrochaba la noche con su carro de fuego, dando la bienvenida a un día más. Bajo el imponente monte Olimpo, miles de criaturas pululaban libremente sobre la faz de la Tierra, sin más preocupación que la propia subsistencia. Mirando desde arriba con cuidado, podías ver desde feroces leones hasta torpes y lentos elefantes. Por supuesto, también había insectos, reptiles y aves que surcaban el cielo. Desde la bacteria más diminuta hasta la ballena más grande, todo ser vivo era acogido por las divinidades. Aún así, había uno que era algo más que especial: el andrógino.
Este ser disponía de 4 piernas, mismo número de brazos, 2 rostros y una sola cabeza. Sus dos troncos se unían en el cráneo formando una pequeña curva. Por un lado, teníamos la parte femenina. Este tronco, por su parte delantera, tenía senos, cintura más delgada y una cadera pronunciada. La otra, por el contrario, estaba más provista de músculos en los brazos, pectorales y abdominales. Ambas partes formaban una sola entidad, no era posible concebir la existencia de una sin la otra. Las carencias de una se compensaban con las cualidades de la otra, sobreviniendo así a todo tipo de adversidades. No había criatura más formidable que el andrógino, y esto no pasó desapercibido para los dioses.
Cuando Zeus los contemplaba, un trueno se escuchaba en alguna parte del mundo. Los miraba, y veía felicidad plena. El andrógino se bastaba de sí mismo para realizarse. Veía un amor perfecto en un ser imperfecto. Ni la muerte ahogaba tal sentimiento; ese ser abandonaba el mundo tangible habiendo saboreado y exprimido cada minuto de su vida. Es por esto, por lo que la Envidia saltó antes de la caja de Pandora, y fue incubada por Zeus. Aún siendo divino, no podía aguantar dicha plenitud y felicidad en un ser perecedero, por lo que decidió tomar medidas en el asunto. Con toda su rabia, el dios de dioses avasalló con rayos a todos los andróginos existentes, dividiéndolos en dos partes iguales: hombre y mujer. Tras esto, invocó la mayor tormenta jamás concebida, de tal forma que ningún hombre ni ninguna mujer tuviera conciencia del lugar en el que se encontraba su parte complementaria.
Desde entonces, cada uno de nosotros se dedica a vagar por la vida en vanos intentos de encontrar a nuestro 'alter-ego', nuestro 'otro yo'. Somos seres incompletos e incapaces sin nuestra parte afín. Por eso es normal que sintamos en algún momento de nuestra vida un hueco en el interior, a falta de rellenar. Lo verdaderamente difícil es encontrar a tu 'media naranja' hoy en día, donde este mito desgraciadamente ha dejado de parecer verdad.
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