Como todos los veranos, Él se retira durante unos días a su rinconcito. Le encanta ese lugar, casi mágico. Es un huequecito genial; por la noche te puedes sentar en el sofá de la terraza y a lo lejos contemplar las luces de Valencia, el mar y las montañitas. Además, hace una brisa maravillosa que te abanica en las cálidas noches de verano valencianas. Apoyado en la barandilla, un cúmulo de sensaciones te embriagan por dentro. Pero lo que más le llama la atención de todo, sin duda alguna, son las estrellas fugaces.
Hay estrellas de toooodo tipo. Las hay alargadas y cortas, grandes y pequeñas, brillantes y oscuras...Algunas surcan alto el cielo, haciéndose notar, mientras que otras prefieren ir pegadas al horizonte, pasando más desapercibidas. Mientras que unas van de derecha a izquierda, otras van de arriba a abajo, y unas pocas parpadean u oscilan en su trayectoria. Muchas son hermosísimas...Y algunas no tanto. Pero lo que todas tienen en común, como su propio nombre indica, es que son FUGACES. Exactamente. Son efímeras, decaen paulatinamente y desfallecen. Se desintegran delante de tus propios ojos, y lo que antes era una bella bola de fuego penetrando en la atmósfera ahora sólo es un montoncito de cenizas, que puedes remover entre tus dedos mientras se te va cayendo al suelo.
Por eso nunca puede salir bien el hecho de que te guste una de estas estrellas. Si alguna vez te atrapa alguna por su belleza, sólo habrá dolor como resultado final. La podrás admirar, adorar e idolatrar, pero ella es una estrella y tú eres un chaval. En cuanto parpadees, sólo tendrás humo en tus manos, porque la estrella se habrá ido a otro lugar. No tiene sentido atarte con un lazo a esos astros, por muy bonitos que sean. A los pocos minutos seguro que se asomará otra estrella fugaz, más grande y más bonita que la anterior. Los hay que, por esto, quieren tener a todas las estrellas del cielo atadas, y se enfadan cuando una les desaparece u otro chaval la quiere atar también... ¿Qué hacer entonces?
Enamórate de la Luna. No hay estrella más grande, ni más brillante ni bonita que la Luna. Cuando alguna se acerca a ella, la Luna las cubre con su resplandor. Y lo mejor de todo, la Luna nunca te abandonará. Cuando la encuentres, te puedes quedar absorto en ella todo el tiempo que quieras, siempre estará ahí para ti. Por eso no molan las noches sin Luna en la barandilla de la terraza de El Bosque, por muy grande que sea la estrella que aparezca esa noche...
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